martes, 18 de septiembre de 2012
El verano saluda y después se va
Las flores otoñales que bailan, todas pequeñitas como si fueran dientesitos de león,
pétalos de niña acariciando al aire,
Una mano que se pierde entre mis piernas saludándome el alma,
revolcándome el corazón, es un día de risas pequeñitas como las que
suceden debajo de las sábanas a la hora de dormir, cuándo en lugar
de soñar nos dicen un cuento largo lleno de fantasías,fantasías fugaces
de las que realmente existen, de las que suceden después de que crees.
la fantastíca tarde está al punto de morir repleta de rayos y de flores,
de unos piesitos libres que se aman y que corren, que solo corren sobre
el pasto hasta el infinito, más allá del ocaso que casi siempre incia con el canto
de la jarra de té hirviendo humeante en la cocina, lo escucho y A veces la vida
me parece una de esas, que estalla cuando está demasiado caliente y después,
sencillamente no deja de chillar, hasta que morimos.
Las flores de otoño suspiran, Un suspiro de esos que asfixian y que matan,
un grito travieso porque no soporto las cosquillas, un besito de soplo en el oído,
en mi cuello dormido, una mirada profunda, Un pestañeo, me trono los dedos
uno por uno mientras la hilera de luz nos descubre como dos salamandras
escurridizas jugando entre sábanas pálidas, entre jardines secretos escondidos
de la humanidad, Todo, absolutamente todo fundido en la ola de sol,
todo inundado de crepúsculo,porque a las seis es cuando la linea del horizonte se
torna naranja, se redefine y estalla sin conciencia hasta revestir el cielo todo.
Todo de color naranja opaco, todo es naranja en la hora de la tarde y de los juegos
como si el mundo de pronto se tiñera de una inocencia casi divina e inexplicable,
todo callado en el silencio de saber animar al alma para cantar, bailar,
o solamente admirar la brisa vespertina, una mata de coco tambaleándose,
Una nube que saluda y que después se olvida a sí misma acostándose en el cielo.
Las flores se acuestan y se cierran, Mi madre las ve, Ella suele sentarse en la
Mecedora del balcón, siempre leyendo, siempre finjiendo que lee las cosas
más raras que pueden suceder desde que el sol empieza a sumergirse entre la
cascada del confín de la tierra, quizás se queda muda ante el paso de un recuerdo,
de su misma vida dibujándose en el aire del jardín
o solo calla porque Dios ya se hace visible a nuestros ojos y ni siquiera lo vemos.
Dios como una lluvia naranja que nos baña sin importar a donde estemos.
. ¿Dios? ¿cuándo fue la primera vez que me tocaste el corazón? susurro al viento,
al destellito en el fondo, a las flores, a la tarde, le pregunto al cielo y después me
pierdo como una pluma que planea en el aire su caída final. Dime que lo extrañas,
mi pequeño corazón entre tus manos.
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